Una vida que es arte, un arte que es la vida
Paché Merayo
Hay vidas que van hilvanando miradas comunes, otras, más singulares, las construyen brillantes y al transcurrir el tiempo, en lugar de hebras ajadas muestran maravillosas costuras. Son vidas complejas y completas, vidas apasionadas, extraordinarias, que buscan siempre la luz. A veces la hallan fuera y consumen con respiración profunda su destello, pero otras, como en el caso de Aurora Vigil-Escalera, esa luz habita dentro. Es fácil adivinarla en su sonrisa, en sus ojos y en sus palabras. En esa alegría resplandeciente con la que encara los retos, por intrincados que sean. En ese entusiasmo con el que celebra, en este 2025, 40 años de arte. De arte disfrutado, sentido, buscado, descubierto… Y también crecido, porque Aurora, desde su galería junto al mar de Gijón, al que se asoma en la calle Capua, y desde su espacio lindando a El Retiro, de Madrid, no solo ha reunido a los mejores artistas del pasado siglo y a los que dibujan lo mejor del presente. También ha ido abriéndole camino a aquellos en los que vio talento emergente y que con su experiencia apoyando sus pasos han ido dejando huellas de gigante, convirtiéndose a su lado en creadores de renombre internacional. Es el caso, por ejemplo, de Ismael Lagares y recientemente el del asturiano Iván Quesada, que ha protagonizado una progresión sin precedentes en poco más de un año, o de Francisco Mayor Maestre, aplaudido en todas partes. La premiadísima y joven fotógrafa Alejandra González o el singular escultor Mico Rabuñal también integran ese grupo en el que un día la galerista puso la mirada y el mimo para acompañarles en la ruta. A veces, no solo promocionándoles y exponiendo sus obras, sino también produciendo sus creaciones para que salieran adelante y no abandonaran en los malos momentos.
Mirar atrás a veces es un ejercicio triste, melancólico, pero también necesario. Se sienten las pérdidas, pero se renuevan los sentimientos por los logros; se lloran las ausencias, pero se consolidan los orgullos. Es imposible no recordar a personas queridas que no están, aunque sigan habitando el corazón, como Angelines Pérez, la recordada galerista y la madre querida, alma de la sala de arte Van Dyck, con la que Aurora emprendió esta aventura de ya cuatro décadas. Con ella y con su padre, Alberto Vigil-Escalera. “Fueros los mejores maestros que pude tener y de los que aprendí el sentido de la responsabilidad, el rigor, la seriedad, la ilusión y, sobre todo, la pasión por el arte”, dice siempre honrada por ese legado, buscándose mentalmente en las fotografías de los tres juntos, en los recuerdos de aquella legendaria galería de la calle Menéndez Valdés. Y antes, en el piso de Ezcurdia 40, que también miraba al mar, y donde todo empezó realmente. Donde a Aurora Vigil-Escalera, que entonces era una niña, el mundo del arte se le revelaba como el escenario más bello del mundo y al que no querría nunca dejar de mirar.
Desde entonces hasta llegar a este 40 aniversario, el ‘30+10’, título con el que se determina con exactitud las dos trayectorias de la galerista sumadas, desde los orígenes en Van Dyck, se han escrito mil historias, la mayoría de ellas en las paredes que determinan en Gijón su unión con el mundo del arte, porque es en ellas donde ha mostrado su manera de entender la creación. Con una pandemia, que no hay que olvidar, en mitad del camino, y de la que también salió reforzada porque abrió nuevos senderos gracias a la tecnología y al mantra de que nunca hay que rendirse, Aurora Vigil-Escalera se ha mantenido en sus máximas: Difundir el arte en todos los rincones donde se la quiera escuchar. De hecho, ya ha abierto brechas en lugares como Miami, donde recientemente se convirtió en una de las galerías más visitadas y con más éxito. También ha llevado a sus artistas a Dubai, Lisboa, Lima,…y por supuesto a Madrid, donde el triunfo de sus propuestas es impresionante, año tras año.
Difundirlo, además, en todas sus disciplinas, como muestra claramente la exposición que ahora está en cartel y que reúne a una larga veintena de artistas, desde Gordillo y Genovés y Chema Madoz, a Soledad Córdoba, Edgar Plans, Lisardo o Tadanori, pasando por la maestría de Gonzalo García, heredero directo de la técnica escultórica con la madera de Navacúes, la alquimia de Picatoste, la energía en acero de Ernesto Knorr, el surrealismo medio animal, medio humano, de Samuel Salcedo, la creatividad de otro mundo de Mario Soria, la apabullante realidad de Salustiano, la bondad escultórica de Carlos Albert, la divertidísima pintura de Yagües y Rosa Amores, o la excelencia de Gorka García. Parecen mucho, pero aún queda un largo etcétera para definir los 40 años que se cumplen. En ellos, además, han tenido podio especial Canogar, Tapies, Genovés, Miró, Antonio Saura, Juan Barjola, Rubio Camín, Farreras, Manolo Millares… por poner solo algún ejemplo de los principales. A ese grupo pertenecen también dos académicas de la Real de San Fernando, como la fotógrafa Isabel Muñoz, en la nómina de la galería desde hace años, y Rosa Brun, que ingresaba en la Academia casi a la vez que en la familia de Aurora Vigil-Escalera Galería de Arte.
Ella, como el resto de los creadores, mantienen su unión con el espacio gijonés y más aún con el alma de ese lugar, por muchas razones. Otra de ellas es la querencia por participar en un espacio vivo y dinámico, que no se estanca nunca. Ni siquiera en los grandes nombres, ni en los lenguajes que pertenecen al pasado. La máxima es seguir aprendiendo del presente y caminando y buscando. Generando intercambios y sinergias con otras instituciones, con otros escenarios. Manteniendo un compromiso con la innovación y siempre y por encima de todo con la calidad y la honradez de quien llega al arte, como la propia Aurora, porque el arte se metió en sus venas.
Paché Merayo